domingo, 12 de agosto de 2012

“Si has de cuidarme de otros fantasmas, hazlo esta noche y atraviesa la lluvia. Vela en la cabecera de mi cama y observa en mi rostro la huella de los sueños que se suceden unos a otros y de los que no recuerdo gran cosa excepto que estás t ú. Apareces difuminado en las esquinas y en los bordes de esa consciencia, como presencia doblemente luminosa y oscura que apenas adivino: el convidado a entrar, el invitado al banquete fulgurante…” El guerrero cabalgó toda la noche a lo largo del precipicio, escondiendo las dudas, fulminando la zozobra que traen los recuerdos de otros sinsabores, sin escuchar la voz del quebranto. A ella le agradan los acantilados salvajes, el oleaje atronador del mar, vivir al borde de las sombras, se dijo. Certezas, aunque no sepa de dónde vienen. Y así ella le esperaba. Para sanar con sus labios las heridas y beber el cáliz de las lágrimas escondidas. Para transgredir juntos el dogma.

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