jueves, 23 de agosto de 2012

Las observaciones que he hecho a lo largo de muchos años de estudio, me dicen y confirman que los gatos negros son, entre todos los ejemplares de Felis silvestris catus, los más especiales, que ya es decir, los asombrosamente señalados dentro de un conjunto en si mismo extraordinario. Su poder de comunicación excede la de por si amplia gama expresiva felina de más de un centenar de sonidos diversos acompañados de sus correspondientes talantes, emociones y genios. Los gatos negros se dirigen a sus congéneres de formas audibles más ricas y los exceden en el abanico de expresiones corporales. Sobre todo, son capaces de mirar a los ojos y hablar, lo que ha desconcertado e incluso aterrorizado a los humanos, inhabilitados como están para lidiar con semejante complejidad y desafío. Lejos están, los gatos negros, de ser la imagen infame y nefaria con que la percepción humana los ha envilecido. Resistiré la tentación de adentrarme en soliloquios históricos; baste recordar su afinidad con herbolarias, parteras y curanderas acusadas de confraternizar con Lucifer y el destino funesto que compartieron con ellas. Puesto que los gatos negros se mueven por el mundo como los dueños que son de una esencia misteriosa y perturbadora, su magia fue trocada convenientemente en maldad, su autonomía de movimiento y acción, en mala suerte. No se rinden a encantos de oropel, no se les engaña fácilmente. Su piel aterciopelada seduce a la vista y al tacto, y sus ojos serpentinos provocan reacciones bipolares: se les adora con locura y total entrega, o se les teme y detesta en paroxismo, se acepta su imperio indiscutible, o se envidia sin remedio su altanera libertad. Yo misma soy cautiva de su mando y sé de lo que hablo. Hay un gato negro con el que sueño toda la noche, mientras su contraparte femenina duerme a mis pies. Me visita con disfraz de luna pero adivino su deseo en ronroneos y complazco sus caricias sin mesura ni recato, permitiendo que sus garras amorosamente retraídas me den toques sedosos en la piel. Despierto al amanecer con la huella de sus pasos furtivos en mi almohada y, añorando el crepúsculo, cierro de nuevo los ojos en busca de su sombra…

No hay comentarios:

Publicar un comentario