miércoles, 8 de agosto de 2012

La soledad en la que vivimos las sorginak está llena de portentos; tránsitos de dulzura raros, escasos y por lo mismo preciosos, las más de las veces coloreados por la realidad en toda su tajante, incisiva verdad compendiada de múltiples, duras, suaves, crudas, diamantinas verdades. No nos es dado soñar; el mundo onírico está fuera de nuestro alcance. Penetramos, eso sí, en los sueños ajenos, en los episodios confusos y atolondrados de los humanos en duermevela que tan simbólicos les parecen; en los coloridos recovecos alucinados de nuestros consortes felinos. Pero en ellos somos visitantes de manos atadas, nos es dado dejar tan solo un rastro húmedo y fragante a veces, otras sombrío y presagiado, rara vez la huella de un nombre o de una cifra o de una clara advertencia… Las brujas no soñamos, pero otros dones y otras herramientas, en especial las que provienen de nuestros abalorios marinos, talismanes pétreos y amuletos ambarlunares suplen esa capacidad. Para eso existe y poseemos la magia, el encantamiento cumple esa función, el hechizo llena el espacio vacío de ensoñaciones de nuestra mente; con sortilegios creamos plataformas flotantes desde las cuales asomarnos al infinito de la realidad, de éste y de otros mundos, desde ángulos insospechados y rincones inalcanzables. Así comprendemos que no hay diferencia entre la realidad terrena y la realidad del sueño, que no es una mejor o preferible que la otra, puesto que ambas son únicamente un paréntesis de aquella que en verdad cuenta. [Paréntesis8]

No hay comentarios:

Publicar un comentario