viernes, 15 de agosto de 2014

BANQUETE



Dos horas de viaje nos separaban y las cruzamos como en un sueño. El bullicio del aeropuerto no interrumpió el relámpago de reconocimiento que estalló silencioso nada más vernos. La playa y el anochecer aguardaban. Luego de haber brindado por nuestro encuentro con una copa de vino, yo debía cambiarme para la cena. Nos esperaba un banquete. Pero al despojarme de mi atuendo, no pude menos que hacer un alto frente al espejo y anhelar con toda la potencia de mi piel que él, sin esperar más, abriera la puerta y me encontrara así, dispuesta, ardorosa y vulnerable.
Me miré en el espejo a sabiendas que pronto acudiría a mi llamado. Miré este cuerpo que sus manos moldean y provocan. Me pregunté una vez más si serían sus brazos kilométricos y sus dedos sabios los que iniciarían este juego o si yo lo seduciría con mi abandono, haciéndole saber que lo esperaba llena de deseo en el último recodo del camino que trazan las escaleras, el balcón y nuestra cama. Bien sabía que me encontraría como le gusta, pues mi gusto es complacerlo. Al mismo tiempo, bien sé cómo me gusta sorprenderlo y que su gusto es descubrirme. Recorrí con manos y ojos cada línea que el espejo me devolvía en la penumbra, el rumor del ambarluna pulsando en mi sangre, haciendo eco del susurro marino que se colaba por la ventana abierta.
Y con la sincronía de nuestra mente y el arrebato de nuestras fantasías, la puerta se abrió y él se detuvo unos instantes en el quicio observándome, sonriendo con ese gesto que me lo dice todo acerca de su pasión y de lo bien que me conoce. Porque para él soy un libro abierto, una entusiasta muñeca de trapo, la amante sin miedos ni tapujos que siempre deseó, su cómplice perfecta, la respuesta a la mejor de las preguntas, el reino que le pertenece pero que no por ello deja de conquistar cotidianamente.
Se acercó despacio, mientras yo seguía cada uno de sus movimientos reflejados en el espejo, el dije de ambarluna latiendo en mi pecho. Poco a poco, punto por punto, sus dedos comenzaron a caminar por mi cuerpo con cadencia y al mismo tiempo lentitud, llevando el compás de su mirada. ¿Cuánto se habrá escrito acerca de las miradas que acarician? ¿Y qué no se ha dicho sobre las palabras que recorren y avivan los sentidos? Mucho, sin duda. Lo sé, no porque lo haya leído, sino porque lo vivo. Y aunque ahora trate de concretar a base de tinta y papel lo que mi cuerpo añoraba y que él me dio en aquel momento, no hallo cómo plasmar su palabra cifrada, directa, susurrada, risueña, ni el mundo de sensaciones contenidas en cada beso húmedo y sutil, ni el despertar de la piel que su voz y sus caricias provocaron.
El banquete sufrió un pequeño cambio de horario. Se adelantó.
[CrónicasAmbarluna59] (14ago14)

viernes, 14 de febrero de 2014

DEGUSTACIÓN



¿Sabías que eres el maestro de mi cocina, mi gastrónomo preferido y chef de cabecera? Cuando te veo afanado preparando con la seriedad y concentración de un mago los platillos que me encantan y me darás a degustar, me saboreo, me relamo, comienzo a salivar, a imaginar, a fantasear. Te veo cortar, desmenuzar y revolver, utilizar las herramientas culinarias sabiamente y con precisión, y sonrío a sabiendas de que este cocinero es mío. “¿Me permites una colaboración?”, te pregunto. Y así, al perejil, la salvia, el romero y el tomillo de aquella canción sesentera, le agrego el mexicanísimo toque del epazote, el orégano y la albahaca: una cocción a las hierbas finas y las no tanto pero igual deliciosas. Sonríes complacido y permisivo, la chispa en tus ojos preludio de la risa y el comentario juguetón. Sé que te gustan mis inventos. Sé que te puedo abrazar por la espalda aunque mis brazos apenas te abarquen, mientras pruebas lo que con tanto placer me servirás a la mesa. El olor de las hierbas y las especias invade la cocina, mezclándose con un toque de vino tinto en tus labios y el ambarluna de mi piel. ¿Me adivinas el pensamiento o te lo adivino yo a ti? Difícil saberlo, pero nuestra sincrónica necesidad y deseos convergentes seguro retrasarán la cena… [CrónicasAmbarluna58] (14feb14)


miércoles, 29 de enero de 2014

ARMONÍA



Hemos estudiado hasta el cansancio la armonía de los cuerpos celestes. En la sala de las geografías cósmicas, compitiendo por el espacio con globos terráqueos, brújulas, astrolabios e imágenes de mares, costas, derroteros y mapamundi, los modelos estereoscópicos de los sistemas planetarios simulan a la perfección la pulsión del universo, el ritmo de las constelaciones y la tensión de las fuerzas gravitacionales que mantienen en sus órbitas a los planetas, aunque bien sepamos que nuestra galaxia se dirige a velocidades inverosímiles en trayectoria de colisión directa con Andrómeda.

La armonía y confluencia de nuestros cuerpos, por el contrario, nos hace chocar una y otra vez. Nuestra danza cadenciosa no es otra cosa que la feliz convergencia de tu piel contra mi piel. Y si es hasta ahora que lo sabemos con certeza, no podemos dejar de reconocer que en el pasado remoto, cuando nos conocimos, ya se veían las señales, ya me tenías en la mira. De hecho, ya me tratabas como tu muñeca de trapo. En aquel entonces, debían transcurrir 364 días para que llegara el momento del esperado ritual, cuando la armonía de los cuerpos no precisamente celestes nos acercaba y alejaba al compás de una música estridente y vertiginosa, convenientemente llamada “sacudirse y rodar”.
Ya desde entonces me fundías contra tu pecho y me aventabas al vacío, del que tu brazo kilométrico y tu mano potente me salvaban, acercándome de nuevo a ti para una vez más casi soltarme y volverme a jalar. Me sacudías y me hacías rodar a tu antojo, seducidos ambos por esa música salvaje que hasta hoy llevamos en la sangre.
 
Hace mucho que no bailamos así, como en aquella época, cuando sacudirnos y rodar era el único permiso que nos dábamos, la única transgresión que nos permitíamos concederle a nuestros cuerpos ansiosos y nostálgicos. Era la forma de hacernos el amor, la oportunidad de ser tú mi hombre y yo tu mujer en el espacio de unos minutos de arrebato, al ritmo desenfrenado de un par de guitarras eléctricas, una batería y una voz desgarrada que llenaba el espacio y nos lo daba todo.
Ahora hacemos lo mismo envueltos en sábanas púrpura, o escondidos entre las plantas del jardín, o encaramados sobre la barra de la cocina, al calor del Caribe o bajo la lluvia invernal de la gran urbe. Me jalas, me revuelcas, me acunas en tus brazos, me dejas ir sin soltarme nunca, enlazada como estoy a tu corazón y a cada poro de tu piel, acariciada, húmeda y sudorosa, mientras el dije de ambarluna marca con su alocado vaivén el ritmo de esta otra danza de los cuerpos en la cartografía del amor. 
[CrónicasAmbarluna57] (29ene14).