Dos horas de viaje nos separaban
y las cruzamos como en un sueño. El bullicio del aeropuerto no interrumpió el
relámpago de reconocimiento que estalló silencioso nada más vernos. La playa y
el anochecer aguardaban. Luego de haber brindado por nuestro encuentro con una
copa de vino, yo debía cambiarme para la cena. Nos esperaba un banquete. Pero
al despojarme de mi atuendo, no pude menos que hacer un alto frente al espejo y
anhelar con toda la potencia de mi piel que él, sin esperar más, abriera la
puerta y me encontrara así, dispuesta, ardorosa y vulnerable.
Me miré en el espejo a sabiendas
que pronto acudiría a mi llamado. Miré este cuerpo que sus manos moldean y
provocan. Me pregunté una vez más si serían sus brazos kilométricos y sus dedos
sabios los que iniciarían este juego o si yo lo seduciría con mi abandono,
haciéndole saber que lo esperaba llena de deseo en el último recodo del camino
que trazan las escaleras, el balcón y nuestra cama. Bien sabía que me
encontraría como le gusta, pues mi gusto es complacerlo. Al mismo tiempo, bien
sé cómo me gusta sorprenderlo y que su gusto es descubrirme. Recorrí con manos
y ojos cada línea que el espejo me devolvía en la penumbra, el rumor del
ambarluna pulsando en mi sangre, haciendo eco del susurro marino que se colaba
por la ventana abierta.
Y con la sincronía de nuestra
mente y el arrebato de nuestras fantasías, la puerta se abrió y él se detuvo
unos instantes en el quicio observándome, sonriendo con ese gesto que me lo
dice todo acerca de su pasión y de lo bien que me conoce. Porque para él soy un
libro abierto, una entusiasta muñeca de trapo, la amante sin miedos ni tapujos
que siempre deseó, su cómplice perfecta, la respuesta a la mejor de las
preguntas, el reino que le pertenece pero que no por ello deja de conquistar
cotidianamente.
Se acercó despacio, mientras yo
seguía cada uno de sus movimientos reflejados en el espejo, el dije de
ambarluna latiendo en mi pecho. Poco a poco, punto por punto, sus dedos comenzaron
a caminar por mi cuerpo con cadencia y al mismo tiempo lentitud, llevando el
compás de su mirada. ¿Cuánto se habrá escrito acerca de las miradas que
acarician? ¿Y qué no se ha dicho sobre las palabras que recorren y avivan los
sentidos? Mucho, sin duda. Lo sé, no porque lo haya leído, sino porque lo vivo.
Y aunque ahora trate de concretar a base de tinta y papel lo que mi cuerpo
añoraba y que él me dio en aquel momento, no hallo cómo plasmar su palabra
cifrada, directa, susurrada, risueña, ni el mundo de sensaciones contenidas en
cada beso húmedo y sutil, ni el despertar de la piel que su voz y sus caricias
provocaron.
El banquete sufrió un pequeño
cambio de horario. Se adelantó.
[CrónicasAmbarluna59]
(14ago14)