miércoles, 29 de agosto de 2012

Cuando así se requiere, porque las órbitas concertantes de los mundos señalen, como dedo índice, el renglón escrito y marcado en los nueve veces nueve Libros de Todos los Libros, a las brujas nos es permitido el contacto sustancial, carnal, visible y perceptible con los humanos. Esto es, siempre y cuando sigamos la jerarquía del sortilegio que indica, paso a paso, de conjuro en conjuro, la vuelta de cada llave en el cerrojo enfilado y coincidente del momento preciso en el que las puertas de los universos se alinean para permitirnos el paso, propiciando la transformación indudable, palpable y manifiesta que nos hace aparecer a sus ojos como seres fantásticos y temibles, ángeles oscuros de alas estremecedoras y traslúcidas, hembras-dragones de ojos afilados y garras ambarlunares, o mujeres-lobas-quasi-humanas, escondidas tras apariencias de invisibilidad. En tales momentos de ensoñaciones y duermevela, los humanos harán bien en temernos y huir despavoridos por los laberintos de piedra de su inconstancia, a tropezones, si es necesario, entre las promesas rotas y las grietas de sus desvaríos, y acallar en su garganta el grito silencioso antes que la piel se desgarre y se les desgrane el terror. No es frecuente, pero a veces uno de ellos cae en la trampa que le hemos tendido al vuelo y que, como viscosa red arácnida, lo detiene, sujeta e inmoviliza. Nada tiene que hacer, entonces, salvo plegarse al deseo de nuestra boca de mármol incandescente… [Paréntesis9] (26ago12)

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