domingo, 3 de junio de 2012

Nada, salvo la intuición y mi magia, puede prepararme ni prevenirme de tu llegada, guerrero solitario. ¿Por qué el amor semeja, más que cualquier otra cosa, un aguerrido combate? Marcho de cara a tu ejército sabiendo que sobrevolarás el mar, que tus huestes tomarán inevitablemente la ciudad y derribarán mis murallas. No te culpo por ser el dueño del fuego. Sabes quién eres y lo que comandas. Diriges mis ansias, mis vacíos, mis madrugadas, mis urgencias,y aun así no te culpo. Valeroso carcelero, lo que no me gusta de mí, lo miras a los ojos y lo reconstruyes. Labras con tus manos mis alas. Corriges y limas mis aristas. Tocas la sombra de la ira y no te importa. La guardas bajo cerrojo, llave y candado; custodias sus vendavales. Puedes, entonces, vagar cuanto quieras por mis jardines, recodos y senderos, ser un viajero en cada estación del año y del camino, un estudiante de las estrellas en mi espejo, un navegante impulsado por el recuerdo que yo guardo de tu rostro, perseguido por besos que te lleven de regreso a mi boca, guiado por la promesa de mi encuentro en ti, atraído por el oleaje y calibre de la apuesta: el mundo por un segundo de mi aliento. Me pides firmar la capitulación, ponerla por escrito, y te obedezco… no sin antes presentar batalla. Quiero ser tu digna adversaria. La princesa que respira en tu castillo. Una mordida a la medida de tus colmillos. (Paréntsis3) (3jun12)

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