domingo, 24 de junio de 2012

La soledad es una condición natural de las brujas. Cohabitamos en cercanía y compartimos una madriguera, pero ello no descarta la soledad. El cráter pertenece a nuestro linaje o al menos ha sido habitado por las ancestras y sus consortes desde el tiempo de la detonación por el rayo y el trueno primigenios. La memoria colectiva de estirpe y sangre, capaz de recordar no sólo ese rayo y ese trueno que nos engendraron sino su propio nacimiento, nos asegura la pertenencia y permanencia del sortilegio que nos une al magma que abrió en caos la tierra, la levantó y la ahogó de lava ardiente. Si el cráter acaso no nos perteneciera, de todas formas a él estamos unidas por la potestad y el albedrío de seis generaciones. Pero ello, lo digo nuevamente, no destierra la soledad. Volamos en bandadas, a veces. Atacamos en formación cerrada y escudo defensivo cuando se requiere. Pero ello no significa compañía, sino estrategia y lealtad. Una vez cada nueve veces nueve lunas celebramos el espíritu del akerbeltz transformadas en esencias animales de serpiente, lobo y lince; pero cada bruja conoce el lugar que le corresponde, el conjuro secreto de su nombre y la forma en que su talismán de ambarluna le dará entrada al aker larre. Son dones, encomiendas, artes, destrezas y facultades de poder que no se comparten. La soledad, repito, es una condición natural de las brujas, pero muy especialmente de las sorginak, nuestra especie. Nuestros negros consortes ferales son tan amantes de la libertad como nosotras; corean con maullidos el hechizo, iluminan con destellos de ojos amarillos la ruta nocturna, sueñan el susurro del arcano y nos lo hacen saber, nos acompañan a lo largo del recuento de las mareas y los vientos, pero guardan su distancia y profesan sus secretas custodias en el misterio de su propio soliloquio. Suspendidas en el vuelo del viento, acopladas por esencia inexorable al oleaje marino, ancladas irremisiblemente por origen a la tierra volcánica, consumidas las entrañas por el fuego helado, las sorginak nos debatimos y forcejeamos en el centro y equilibrio de estas cuatro potencias, evitando a toda costa el desgarre, la laceración, el quebrantamiento; sólo así entendemos la soledad y la toleramos. (Paréntesis5)

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