viernes, 22 de junio de 2012

Atreviéndonos a simplificar al extremo su naturaleza sorprendente, el ambarluna podría describirse como una secreción orgánica que fluye de un árbol de complicado nombre y difícil clasificación taxonómica, no igual pero similar a los pinos, abetos, alerces y terebintos, y que abunda sobre todo en las orillas tanto australes como septentrionales del Mediterráneo, aunque puede también hallarse en ciertas recónditas bahías del Cantábrico, a la vera de algunos ríos y afluentes menores que desembocan en el Gran Golfo americano y excepcionalmente en otros distantes puntos del globo como las costas del Océano Índico. Comparte con el ámbar común su textura, consistencia y algunas propiedades: es indisoluble en el agua, proclive a derretirse en alcohol y capaz de arder en contacto con el aire. Ciertos minerales emulsionados, entre ellos el mercurio líquido, acompasan y moderan, en enigmática sintonía, su grado de humedad. Tal vez por ello, el símbolo elemental del ambarluna sea similar, que no igual, al de Mercurio, su regente celeste: un círculo y una cruz que indican su aspecto femenino y receptivo, coronados por una media luna y la erecta flecha que revela su potencia intrépida y masculina. Es precisamente el brillo metálico y altamente tóxico de este cinabrio mercurial, lo que define el tornasolado que suele adquirir el ambarluna de madrugada, sin por ello disipar su opulento aroma a coníferas, sicomoros y maderas tintóreas, que por cierto se vuelve más pródigo e intenso conforme más se le frota, pule, toca y acaricia… Dadas estas singulares propiedades físicas, que además muestran correspondencias y simetrías con la Regla Áurea, es natural que desde tiempos inmemoriales el ambarluna fuese utilizado en la confección de amuletos, mismos que ya Plinio el Viejo definía como objetos que tienen por labor proteger a quien los usa. Su eficacia trabaja en razón inversamente proporcional a su integridad, decolorándose, oscureciéndose, agrietándose o de plano explotando en cientos de pedazos, según el grado leve o superlativo del atentado mágico en su contra y de acuerdo con la mala o buena vibración del conjuro del que procura defender. Ha sido también utilizado en el diseño de talismanes, que en la lengua de los árabes y los griegos designa un objeto mágico e iniciático de los misterios; y tal confección de abalorios, dijes, argollas, zarcillos, anillos, medallas, aretes, bezotes, orejeras, pulsos, relicarios, filigranas, collares, esferas, tiaras, laureolas, sortijas, cuentas adivinatorias, oráculos cilíndricos e incluso figuras amorfas y antropomorfas, como las figas y las mandrágoras, se llevó a cabo no, como podría pensarse, en aquellas regiones geográficas donde el ambarluna se encuentra en estado natural, sino en ciertos territorios tribales y ciudades designadas, a donde era conducido a través de las amplias rutas comerciales de Levante y el Oriente y por las caravanas que atravesaban el Sahara, para ser tallado, pulido y labrado por artesanos iniciados en el rito de Hermes y transformado en la variada joyería que requieren los hechizos, sellos y filtros de sus prácticas inescrutables y potentes rituales mágicos. La resina ambarlunar, que no se presta a prácticas perversas, ni se puede utilizar con fines nefarios, ni con propósitos aviesos, ni de forma vil, alevosa ni malintencionada, destila una sustancia alcaloide que desde la antigüedad se consideró como vehículo de acceso e ingreso a otras realidades, facilitador onírico y afrodisíaco estimulante de los deseos sensuales y voluptuosos. De la intención, precisión y maestría con que se talle el trozo de resina ambarlunar dependerán sus capacidades como fetiche protector, augur y mágico. De cómo sean cosechadas las gotas ínfimas de su quintaesencia, ya sea que se destilen en alambiques de cobre, se decanten en retortas y serpentines de vidrio, o bien se transmuten o condensen por otros procedimientos alquímicos, dependerá la potencia de sus efectos y la toxicidad de sus emanaciones… El gran Ibn Khaldoun Al-Hadrami Al-Isbili, quien no solo tenía acceso a innumerables tomos del saber ancestral, sino que, dadas sus tareas oficiales y cargos administrativos, debía lidiar con comerciantes, viajeros, tasadores de impuestos y guerreros trashumantes, menciona el ambarluna en varios capítulos de su “Muqaddima” relacionados con las prácticas rituales de tribus bereberes y del Magreb; y a él, padre de la sociología, ancestro de economistas, semilla de la moderna teoría del conflicto, a él, hay que creerle cuando alaba los efectos lúdicos y afrodisíacos que él mismo experimentó en su finca sevillana, al decantar una mínima dosis de quintaesencia ambarlunar y consumirla disuelta en té de menta… [CrónicasAmbarluna7]

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