Un tanto avergonzado o quizá sobrepasado por
sus propias emociones, Nuncamás sigue el precepto ancestral y se torna
invisible. Acostumbrado a los espacios recónditos, sombríos, nebulosos,
lóbregos, ocultos, nocturnos y sobrenaturales, la luminosidad del
trópico y su amplio colorido le causan todavía cierta desazón, no atina a
qué hacer frente a los cielos cancunenses tornasolados y naranjas, ni
comprende todavía la simetría cromática de la capa con la que decidí
vestirme hoy. Pero algunos pasos en nóveles territorios se está animando
a dar. Por lo pronto, ya dejó las botas negras y ha aceptado probarse
una variedad de sombreros y vestimentas más a tono con su nueva
existencia, sin por ello hacer a un lado, aclara, su negro plumaje ni la
bruna faz de su alma…
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