Las sorginak tenemos una ventaja:
nos es permitido aullar. Pocas expresiones de tal libertad existen. Un aullido
desde las vísceras, que hace vibrar la sangre y el músculo, que potencia la
conexión y hace eco a lo largo y ancho de la cordillera que nos alberga.
Un
fragor que equilibra líquidos y humores, aclara gargantas y retinas, seca
rescoldos de ira y limpia el cansancio. Un bramido que purifica el
estremecimiento que nos recorre cuando el fin se aproxima, la transmutación
aguarda y la sangre de la bruja pulsa pendular entre el terror y la vida. En las
noches de luna llena armonizamos nuestros aullidos con los de la manada hermana
que nos toca en turno acompañar. En la soledad de nuestros páramos personales, o
bajo el abrazo protector de nuestra madriguera, o bailando arreboladas y
triunfantes en el Aker Larre, aullamos. Cuando sostenemos contra el horizonte el pesado amuleto de crisoberilo mientras que el talismán de ambarluna acecha el instante de romper en fulgores líquidos y destellos incandescentes, aullamos. Y aullamos de madrugada anunciando la llegada del Akerbeltz, cuando la luna eclipsa al sol en conjunción con la constelación indicada, cuando la superficie rocosa de la tierra y el oleaje del mar reflejan el tumulto estelar y el corazón se estremece en latidos desbordados ahuyentando la indiferencia que es prólogo del olvido. [Paréntesis23] (11may13)
No hay comentarios:
Publicar un comentario