jueves, 23 de mayo de 2013

Ayer por la mañana se soltó de pronto una algarabía en el jardín. No de alegría, sino de alarma y notas crecientes de pánico. Parecía como si docenas de pájaros estuvieran graznando y aleteando con desesperación. Cuando salí a ver lo que ocurría, unos siete u ocho zanates, entre machos de iridiscentes plumas negras y hembras de tono pardo y marrón, cruzaban en vuelos violentos las copas de las palmeras en gran alboroto. Rex corría de un lado a otro ladrando en un intento fallido por cazarlos. Por momentos los ignoraba para concentrar su atención en algo tirado a los pies de una palmera, para luego reiniciar su zigzagueante carrera. Cuando me acerqué vi que se trataba de un pájaro muy joven. No era un polluelo, por lo que es probable que, en su afán de volar, quizá por primera vez, hubiese fracasado y caído al suelo donde Rex lo tenía entre sus fauces. Todavía pulsaba con vida, los ojitos desorbitados, las plumas mojadas y en desorden. Y tal vez un par de aquellos zanates enloquecidos, que chillaban con tal desesperación y angustia, fuesen sus padres, impotentes para defenderlo, imposibilitados para salvarlo y retornarlo al nido. Lo alcé y lo llevé al otro lado de la reja donde Rex no pudiera alcanzarlo, depositándolo sobre unos sacos de tierra aún a sabiendas de que por estos alrededores pululan gatos e iguanas, pero con la intención de que sus padres tuvieran al menos más oportunidad de acercarse a él. Me invadió una triste inquietud mientras, a mi lado, Nuncamás observaba silencioso el juego de la vida y la muerte. (Paréntesis24) [23may13]

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