Algunos dirían que usurpé
indebidamente el lugar de Passepartout, pero no fue así. Él galantemente me lo
cedió e incluso me prestó su traje, corbata y bombín. No que yo pueda hacerme
pasar por un hombre, cosa que tampoco era el objetivo. Se trataba de cumplir
con las obsesiones de Phileas Fogg, caballero de hábitos inmutables, costumbres
incorruptibles, manías sempiternas y actos llevados a cabo con precisión matemática y cronométrica. Si quería
acompañarle en este inusitado viaje en globo, me vestiría con el uniforme de
Passepartout y pasaría (y pasearía) así por todas partes sirviendo a Mr. Fogg,
atendiendo sus caprichos y resolviéndole a fin de cuentas los obstáculos y las
vicisitudes del camino. No me importó hacerlo, pues nada hay comparable a
escuchar el susurrante aletear de centenares de mariposas encargadas de conducirnos por derroteros inciertos
al ritmo del viento y de los ciclos lunares. [Paréntesis22] (8may13)
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