viernes, 6 de julio de 2012

Habita en su casa un gato negro que no puede decirse que sea de él, ya que los gatos no son de nadie sino de sí mismos e invariablemente se comportan como dueños de sus dueños. Para este gato en particular, constituyo parte integrante y significativa del territorio que domina y recorre como amo y señor, con una jerarquía ligeramente más alta que los ratones, las lagartijas y otros objetos de interés lúdico que lo pueblan; soy una de sus preciadas posesiones relacionadas con el apetito y las estrategias para satisfacerlo. Accede a ser mimado - he aquí la expresión de su amor - porque le gusta y porque sabe que lo recibirá recíprocamente de mí, además de atención indivisa, fascinación por su hermosura, querencias susurradas a su oído y selectos trozos de pescado que comparto de mi plato. Descansando en mi regazo, se sabe tan seguro como él de su imperio, pues su apacible maullido y el toque insistente y tibio de su pata me reclaman también como suya… El gato y él, ambos mirándome con ojos verdosos y amielados, ambos iluminados indistintamente por los sutiles destellos que escapan del dije de ambarluna, ambos relamiéndose pero por diferentes razones y con propósitos contrarios, pues mientras el gato pide ser acariciado, él en cambio desea acariciarme, y cuando se acerca con la intención de encerrarme en sus brazos, no solo me dejo, sino que quiero ronronear… [CrónicasAmbarluna9]

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