viernes, 27 de julio de 2012

Lo verdaderamente sorprendente de su naturaleza es que el ambarluna se encuentra en dosis microscópicas en la piel de algunos animales. No se sabe con exactitud cómo es que esto ocurre ni cómo llega ahí, pero especies tan distintas como los lobos y ciertos felinos – gatos negros, jaspeados y atigrados, linces, guepardos y jaguares - poseen una carga de esta sustancia en la coloración de sus abrigos y tienen la capacidad de irla soltando junto con su almizcle, como marca de identidad, mientras dejan sus huellas en la nieve y las almohadas. Y es aquí donde entra en juego la luna, porque este astro cumplidor y garante de las mareas y de los vaivenes de prácticamente cualquier líquido, del movimiento mensual de la sangre, de la volubilidad femenina, de los claroscuros nocturnos, de los devaneos mentales y hasta de las acometidas románticas y los excesos amorosos, le imprime al ambarluna su más curiosa capacidad, la de deslizarse por el pelo de estos animales en gotas de néctar diminutas e impensadas cuando un ser humano se les acerca, cautivándolo para siempre con su aroma o bien alejándolo con total rechazo y despido irremisible. Y son estas mieles etéreas del ambarluna, cosechadas únicamente en la improbable confluencia de los animales, los humanos y la luna, las que mayor poder balsámico ofrecen. Confluencia que se antoja imposible ante tantos imponderables, y que sin embargo se da y existe… O eso dicen y me consta que hay algo de cierto en ello. [CrónicasAmbarluna12] (27jul12)

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