viernes, 13 de julio de 2012

No parece ser por un mero e inexplicable descuido que el ambarluna no aparezca en los principales textos alquímicos, ni que haya sido dejado fuera inadvertidamente de las fórmulas mejor conocidas y perfeccionadas de la transmutación. No, más bien parece una omisión hecha a propósito, planeada y ejecutada a sabiendas y con un fin inmarcesible que desconocemos, lo que resultó ser a la postre una ventaja, pues de esa forma se ha logrado conservar su oscuro y potente elixir inexplotado, disponible únicamente para aquellos que descubran su clave y descifren su secreto sortilegio… A Teofrasto Bombast von Hohenheim, mejor conocido como Paracelso, por ejemplo, el ambarluna le pasó inadvertido; y aunque Isaac Newton en sus incursiones y disquisiciones alquímicas - de las que nadie habla por ser científico-políticamente incorrecto hacerlo, a pesar de que escribió más de un millón de páginas sobre el tema bajo el pseudónimo y anagrama de Jeova Sanctus Unus – Newton, decíamos, aunque lo adivinó en aquellas sus noches de culpas y locura, cuando componía interminables listas de defectos capitales y pecados cometidos; cuando autoconfeso aceptaba en el papel sus arrebatos de ira, sus episodios de amenazas físicas y verbales, sus ansias aniquiladoras que, no sabemos, pudieron quizá haber desembocado hasta en violencias impensadas… aunque lo intuyó, de todas formas no logró aislar completamente los aceites primarios del ambarluna ni decantar, a su entera satisfacción, su quintaesencia. De nada le valió que se sumergiera en la Prisca Sapientia, desentrañando los códigos y símbolos de estos antiguos textos cabalísticos, ya que solo logró obtener muestras impuras e inacabadas. Las referencias a esta caprichosa resina aparecen en signos cifrados en su famosa “Tabula Smaragdina”, así como al final de algunos de sus listados de faltas, yerros, omisiones, daños, engaños, agravios, injurias, olvidos, culpas y descuidos. Las irradiaciones ambarlunares son descritas como un remedio potente para el mal del alma, aunque Newton no consiguió probar esa hipótesis ni verificar en carne propia su poderío liberador. A pesar de sus notables propiedades, ¿habría podido el ambarluna aliviar en algo las pesadillas de este ser atormentado, dedicado al obsesivo estudio de la naturaleza y composición de la luz, del espectro de sus colores en el prisma, de la convección térmica, de la velocidad del sonido, de la mecánica de los fluidos, del origen de las estrellas y de la fabricación de colorantes, además de todo el asunto de la gravitación? ¿Cómo habría reaccionado a este potente alcaloide su mente brillante y genial, presa frecuente de accesos de cólera y reacciones bipolares y que no obstante, provocando nuestra ternura ante su modestia, restaba importancia a sus logros científicos cuando afirmaba comportarse como un niño que, jugando al borde del mar, se divertía buscando de cuando en cuando una piedra más pulida y una concha más bonita de lo normal, mientras que el gran océano de la verdad se exponía ante él completamente desconocido?… Al parecer, Newton gustaba de automedicarse, probar en sí mismo infusiones, pócimas, filtros, elixires y bebedizos preparados en su laboratorio de Cambridge y experimentar con potentes estupefacientes, venenos y ambrosías. Sólo podemos especular si acaso las fortificantes emanaciones naturales del ambarluna le sirvieron en estos casos de antídoto y si la simple proximidad de la emulsión aromática de esta resina contribuyó a su longeva vida de 84 venerables años… [CrónicasAmbarluna10] (13jul12)

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