viernes, 8 de febrero de 2013

Sabemos el uno del otro lo imprescindible. Podemos dejar que todo lo demás permanezca en un baúl, a la mano para cuando sea oportuno airearlo, pero sin que estorbe ni corte el paso ni detenga los movimientos celestes ni genere sombra. Nuestras mentes se entrelazan ricas, dadivosas, complejas. Nuestras voces se armonizan y, en madrugadas de dulce y perentoria ansiedad, son capaces de transportarnos en susurros al origen del mundo.
Nuestras imágenes han jugado cómplices a los encantamientos inventados para disfrazar la lejanía. Nuestra piel sin máscaras se refleja en el fondo líquido de nuestra mirada, envuelta en el fragante brillo ambarlunar. La vista y el oído van de fiesta una y otra vez. Se deleitan en agasajos y festines, son convocados al banquete para alcanzar y solazarse en lo secreto, en latidos acompasados, en el vuelo de la respiración, extasiarse con vocablos mágicos que abren compuertas y sueltan ríos de lava.
El tacto se convierte en labios, manos, dedos, forma y textura, la seda y el pliegue de un contorno; es lo húmedo, lo suave, lo endurecido. El gusto y la lengua van de la mano explorando sabores y consistencias, paladeando miel líquida y sal mineral. Unidas al olfato, degustan aromas afrutados con recuerdos de especias y nostalgias de mar. Y mientras nuestros cuerpos se reconocen y se acoplan como anhelos que han vagado de una vida a otra buscándose hasta encontrarse, las órbitas del destino se cierran, los plazos del karma se cumplen y somos uno. [CrónicasAmbarluna39] (8feb13)

No hay comentarios:

Publicar un comentario