“¿Acaso sabes qué encierra y
significa el púrpura de tu atavío?”, me cuestionó la damana cuando nos reunimos
una vez más a beber el delectable brebaje de aquel cafetín perdido en las
calles del puerto. Se refería al color del vestido que traía puesto, al cual le
alivié la sobriedad con un chal de tonos naranja cobrizo y el adorno resplandeciente
del dije de ambarluna.
“Sé que el púrpura tiene un
humor propio y un talante impar” - le contesté presintiendo con satisfacción el
inicio de una revelación – “Sé que el púrpura es captado de forma distinta por
cada ser humano, y que la diversa sensibilidad hacia este color se debe a una
particular distribución de los conos receptores de los espectros azul y rojo en
la retina”.
“¡Ah, ésa tu racionalidad!” –
exclamó sonriendo y tocando ligeramente con el índice los flecos de mi chal –
“¿Y qué más?”
“Bueno” – continué – “Siempre me
ha parecido curioso que no existan nombres masculinos que tengan que ver con
este color; en cambio, la variedad de nombres femeninos provenientes de sus
tonalidades es asombrosa: Viola, Violeta, Yolanda, Erika, Hortensia, Malva,
Malvina, Lila…”
La damana asintió y dijo:
“Hermanado al violeta, el púrpura representa la fusión de lo masculino y lo
femenino, la conjunción de la sensualidad y de la espiritualidad. Su simbolismo
es precisamente la concordia de los contrarios y por ello, desde la antigüedad,
el púrpura es el color del poder, de la violencia y de la sensualidad”.
Recordé que la palabra púrpura
viene de “porfira”, nombre del molusco con el que se elaboraba este colorante
en las antiguas ciudades fenicias de Tiro y Sidón, 1500 años antes de nuestra
era. Se creía que el tinte era su sangre, y el proceso para extraerlo – largo,
complicado y de un hedor insoportable – desembocaba en una variedad
sorprendente de coloraciones: las telas que se sumergían en él comenzaban por teñirse
de amarillo, y luego que eran secadas al sol, su tonalidad pasaba al verde,
luego al rojo y finalmente al púrpura violeta, de naturaleza inalterable e
irreductible, perfectamente firme y estable a la luz por ser precisamente
resultado de ésta y de su acción sobre la tintura y la tela. En aquellos
tiempos en que todos los demás tintes se deslavaban, el púrpura permanecía
intacto y por ello era alegórico de eternidad. Y también de privilegio y
exclusividad. Era la vestimenta de reyes, papas, emperadores. Muy pocos podían
darse el lujo de ataviarse de púrpura, pues se requerían diez mil moluscos murex trunculus o murex brandaris para obtener un gramo de aquel magnífico tinte.

“En algún lado leí que sólo
acompañado del púrpura violeta es cuando el rojo adquiere su sentido
inequívocamente sexual. El rojo, el violeta, el negro y el rosa, dispuestos en
el orden que se quiera, forman el acorde de la seducción y la sexualidad”.
“Se comprende que sean los
colores preferidos para la ropa íntima y la lencería. En el púrpura hay más
lubricidad que en el rojo, y en ello radica uno de sus múltiples misterios” –
añadió la damana.
“Quizá por eso el púrpura, mi
color favorito junto con el naranja, es considerado como el más singular y
atrevido de los colores” – comenté yo – “Nadie que quiera pasar desapercibido
se viste de violeta, y quien se vista de púrpura ha de saber por qué lo hace…”
La damana guardó silencio
mirándome a los ojos. Luego de unos instantes, su mirada bajó por mi cuello hasta
el dije de ambarluna, que colgaba de mi pecho balanceándose y lanzando
destellos tornasolados. “Curioso que lo menciones” – dijo al cabo de un rato –
“A pesar de su frialdad, el púrpura es un color intenso y esta cualidad se
amplifica al concertarse con la alegría y desparpajo del naranja…
Violeta-naranja: no hay combinación de colores menos convencional que ésta. Y
si tú eres capaz de portarla con esa gracia y soltura, ¿quién podría
resistirse?”
[CrónicasAmbarluna41]
(22feb13)
No hay comentarios:
Publicar un comentario