martes, 12 de febrero de 2013

Mis gatas no son, por supuesto, mías. Es un decir. Son parte de mi familia y viven en mi casa, pero eso no quiere decir que sean de mi propiedad. Las amo y me consta que me aman, pero eso nada tiene que ver con asuntos de posesión ni control. Clío posee la habilidad de buscar el lugar y momento adecuados en que los cálidos rayos del sol le caerán encima por más tiempo mientras toma una de las múltiples siestas cotidianas a las que los gatos son tan proclives. Me mira y se acerca cuando requiere que le rasquen la barbilla y le digan cuán hermosos son sus ojos verdes. Es una reina y como tal se comporta. A Perla, su hija, la persiguen ideas extrañas. Tiene una doble personalidad: la de gata arisca y montaraz de día, la de la princesa Brudulbudura de noche. Me tolera. Nada más. Y siempre y cuando me aplique en cepillar su hermoso abrigo nacarado. El resto del tiempo mira al mundo con desconfianza y aprensión. Jazbel no tiene broncas, se desliza por la vida placenteramente, apasionada por dialogar, comunicar y hacerse entender, lo que define por antonomasia a los gatos negros de bigotes blancos e inteligencia superior. Las tres se llevan de maravilla, lo que no debería sorprenderme, con el dragón acuático que puebla mis sueños de iridiscentes escamas y del fulgor dorado de su aliento de fuego…

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