viernes, 25 de enero de 2013

En mi sueño navegábamos por un mar cubierto de estrellas, con el astrolabio apuntando al horizonte y la brújula alineada con el campo magnético de la luna llena. Por primera vez viajaba yo en compañía de diosas y dioses benévolos, inteligentes, donosos y avispados, capaces de sostener una conversación que, según recuerdo, no solo me hacía sonreír, sino que se desenvolvía en curvas y recovecos de espiral laberíntica, construyendo un edificio de léxicos, conceptos, axiomas y teoremas. En momentos en los que la clarividente charla tomaba rumbos incomprensibles para mí, me distraía observando sus atuendos, los tocados, penachos y sombreros que coronaban sus hermosas testas, los colores de las sedas, gasas y brocados de sus vestidos, y especialmente las alas de mariposa murciélago del piloto, un antiguo pariente de Hermes. Me sentí como en casa, como si siempre hubiese vivido en esa nave sin ancla ni puerto, en permanente movimiento, sin una tierra que pudiese llamar mía, en libertad total. [Paréntesis17] (25ene13)

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