viernes, 25 de enero de 2013

El mismo día de tu llegada comencé a escribir mi propio libro de cabecera, empezando por todas aquellas cosas exquisitas, elegantes, hermosas, únicas y placenteras que me gustan y me hacen feliz.
Un par de zapatos especiales, por ejemplo. El sonido y el aroma del mar. La música con la que rompiste mis últimas defensas y me conquistaste. Un camisón de seda y unos aretes pequeños de oro. Mis libros. Mis pinturas. Mi jardín. Tu voz en madrugadas de lluvia. Cualquier prenda íntima de color índigo, púrpura o violeta. Nuestro lenguaje secreto. Nuestro sentido del humor.
Las magnolias, gardenias y jacarandas. Nadar desnuda. El fulgor del dije de ambarluna y sus efectos en mi estado de ánimo. Aquel texto que me enamoró. Tu inteligencia, perspicacia e ingenio. Los perros y los gatos. Las golondrinas y sus nidos colgando de las vigas de la terraza. El collar de perlas y aguamarinas de mi madre. Los brazos de mi padre. La noche en que percibí la Vía Láctea por primera vez. Lo que aprendo de ti. El pitido de los trenes en las madrugadas de Puna. Las películas que me hacen reír y llorar al mismo tiempo. El aroma de la lavanda.
Las palabras con las que me nombras. Los cuervos y ruiseñores de Koregaon Park. El concierto para piano y orquesta de Mozart que me pone de buenas. Las campanas dominicales de Cuernavaca, sus tormentas, sus barrancas, sus calles empinadas y los tabachines en flor. La forma en que me desvistes. Tu piel en mi piel y el roce de tus labios… [CrónicasAmbarluna37] (25ene13)

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