viernes, 18 de enero de 2013

Todas las cosas conocidas y del interés humano pertenecen, conciernen, existen y transcurren únicamente en aquella distancia que media entre la costa y el vórtice, allí donde empieza lo desconocido y lo no conocible, correspondiente en principio al mar, sus fantasmas, espíritus y deidades, y posiblemente a otros entes y universos que no nos es dado percibir. Es un canon cuyo mensaje, sin embargo, está claro y las sorginak nos encargamos de hacerlo valer: “A partir de un punto en el corazón de la marea, comienza el territorio prohibido; no te entrometas”.
Durante el último milenio de la era que transcurre, es y ha sido cometido de las brujas el resguardo vigilante de la frontera entre la Novena Ola y el mundo mortal. Más allá de la Novena Ola está Uffern, el Otro Mundo, el lugar del que emana la magia y donde reencarna la esencia de las brujas cocinada a fuego lento en el caldero de las nueve sibilas custodias de la memoria y del Libro; el territorio del noveno número que teje el ensalmo del ambarluna y desde el cual lanza al oleaje el hechizo con el poder tres veces repetido del tres y potenciado en nueve veces nueve lunas: el número predestinado de la Diosa centinela de la Rueda del Año, con ocho días propicios y benévolos más el noveno determinante que completa el ciclo. Inscrito queda en la arena.
La marea intermitente y calendárica, el oleaje espumoso que revuelca arenas y alientos, el susurro marino en calma, el arrastre de la resaca, la corriente furtiva arrolladora, el horizonte en su interlinea indivisa de agua y aire, el aroma a peces y sal, el misterio de su origen, el enigma poderoso que encadena la potencia de la vida y la muerte, el abismo azul profundo y verdinegro, la silenciosa tumba acuática… Todo esto encierra la Novena Ola. Así comprendemos la atracción que ejerce el océano sobre brujas y humanos por igual.
Cuando toca en turno a la sorgina transitar vigilante por la rompiente, sobrevolar el atolón adivinando el contorno del arrecife, recibiendo en el rostro el relente de la espuma pulverizada, lanzar el hechizo desde su amuleto de ambarluna, su consorte se mantiene a prudente distancia, dividido entre el deseo que le provoca el olor del mar, el aroma de las algas y la fragancia de la sal, y el temor a que la agitada efervescencia le salpique el negro pelaje. En su maullido intermitente se mezcla la aprensión, la atracción, el rechazo, el despecho y la añoranza de su imperio momentáneamente desatendido. La bruja sonríe, le invita a retozar, a alcanzarla en el desafío de las olas, a arriesgar el resultado de la apuesta. Mar adentro Alguien observa nostálgico lo que alguna vez, hace milenios, fue… [Paréntesis16] [18ene13]

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