viernes, 11 de enero de 2013

En madrugadas como ésta, en las que el viento sopla sin tregua trayendo consigo el olor del mar, metiéndose por todos los recovecos y resquicios, llenando los sueños de presagios, me gusta sentir el calor húmedo que despide el dije de ambarluna brillando en la oscuridad, su potente efecto trazando el compás de mi pulso y mi aliento. Me gusta la forma tenue pero inevitable en la que la fragancia ambarlunar trae a mi mente el recuerdo de lo que él y yo nos dijimos antes de caer abrazados y rendidos. Me gusta decirle que lo espero en nuestra cama, ese espacio capaz de transmutarse, por la alquimia poderosa del amor, de simple mueble en guarida de mordiscos, rastro de besos, cobijo de agasajos y ternuras, resguardo de sensaciones, escenario de nuestra risa y del lenguaje secreto en el que tan bien nos entendemos. Me gusta la espera que me hace sonreír, desata mis fantasías, revela mis deseos y despierta cada poro de mi piel imaginando lo que él hará, requerirá y probará. Me gusta saborear nuestra breve despedida sabiendo que en cualquier momento escucharé sus pasos en la escalera, la puerta de la habitación al cerrarse, su respiración mientras se acerca silencioso y me cubre con su cuerpo. El viento bate incesante y el ambarluna destella en sintonía. [CrónicasAmbarluna36] (11ene13)

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