viernes, 26 de octubre de 2012

A veces es cosa de adentrarse en el mar y buscar la huella de tu aroma. El dije de ambarluna que pende de mi pecho es como un faro: brilla intermitente señalando el camino, me quema la piel, perfuma la arena. Esta mañana caminé hasta la playa, amarré al tronco de la palmera, como de costumbre, el pareo deslavado – una señal para mi retorno náufrago - y me deslicé lentamente en el oleaje que hoy amaneció más tranquilo que otras veces. Apenas una caricia recurrente, suave como tu recuerdo. Nado serena y acompasada, envuelta en tus palabras.
Con cada brazada las saboreo, las escudriño en busca de significados, las observo con los ojos cerrados, las escucho entremezclarse en el distante graznido de las gaviotas, cormoranes y pelícanos que a diario dan la bienvenida a los pescadores. Es un paisaje tan familiar y bienamado. El de las aves mañaneras. El de tu voz. Boca arriba, me dejo llevar por el vaivén y siento cómo se acerca flotando el deseo; lo has puesto en la yema de mis dedos con cada toque de tu ardor. Me viene a la mente lo que anoche escribiste para mí; una a una tus palabras se deslizan en cada gota de humedad, penetran cada poro, llenan de sal mis labios, revuelven mis cabellos, juegan con mi sonrisa. Y me doy cuenta de que no estás tan lejos. [CrónicasAmbarluna25] (26oct12)

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