domingo, 11 de agosto de 2013

REINO



En el juego de tronos y cruce de espadas al que estamos destinados, no hay salida ni vuelta atrás. Hoy frente al mar, a la sombra de las atalayas, reconocí su inevitabilidad, tan categórica e irrefutable como la de los amaneceres y las puestas de sol. Pensaba en la forma en que, un buen día, todo comenzó cuando me atravesé en tu camino sin suponer tu mirada furtiva, sin saberme observada. Años después supe que alguien, un viejo marino al que a veces escuchabas contar historias de borrascas y naufragios, te alertó de mi presencia. “Ven a ver una sirena”, te dijo mientras yo, con mi mundo de listas y letras rondándome la cabeza, entraba al edificio donde tú estrenabas oficina y yo ya indagaba pasados a la manera de los primigenios griegos. “Mira lo que viene caminando por ahí”. Y sabemos cómo son las sirenas cuando están tan cerca y al mismo tiempo tan lejos de su elemento acuático: no se fijan en nada. No tuve conciencia de estar pisando arenas movedizas ni de ir dejando un rastro irrevocable. Caminé frente a dos lobos de mar, uno viejo, el otro joven, sin imaginarme el desenlace ni las consecuencias que ese acto en apariencia inocuo e irrelevante tendría en el futuro.


Luego debimos encontrarnos frente a frente por primera vez en aquel espacio de arcos coronados y árboles vetustos que contenía y encauzaba nuestras órbitas, propiciando el suave choque ineludible. No tengo una memoria clara de las circunstancias precisas en las que entraron en contacto nuestros ojos, pero tuvimos un intercambio fugaz de palabras y energías, suficiente para darme cuenta de que habías lanzado una apuesta a Eros y yo era el premio. Sonreí, de eso estoy segura, como sonreímos las mujeres cuando nos sabemos deseadas. Sonreí y me alejé de ti con la conciencia de mi cadencia acompañada de cerca por el aroma de tu piel. Me alejé con tu añoranza siguiéndome y la certeza de que nuestro sucesivo encuentro no sería fortuito, sino que, casi de tu mano, yo también lo propiciaría.


Cómplice y discípula de tus anhelos, te visité muchas veces en aquella oficina, sin clara conciencia pero intuyendo ser la protagonista de las fantasías que llenaban tus noches y que hoy me confiesas y yo comparto. Era un juego delicioso, divertido, en el que tu humor me arrancaba carcajadas y la respuesta inteligente que esperabas. Hacíamos planes imaginarios, pero siempre fuimos puntuales en las citas que, como el destino y la película, concertábamos en algún restaurante, a una hora y en una fecha improbable, a la que siempre acudíamos sin importar que hubieran pasado los años y que cada uno hubiese seguido su camino.

Al mismo tiempo, no estaba dispuesta, en aquel entonces, a rendir la plaza. Ni entonces, ni después, ni siquiera al cabo de tanto viaje por el mundo y por mi historia. Pero tú, como un rey campeador que convoca a sus ejércitos y alza sus estandartes, te armaste de paciencia, te abasteciste para una prolongada campaña, planeaste sabiamente el emplazamiento de tus baluartes defensivos, aprestaste tus mejores estrategias para ganar no una batalla sino la guerra, iniciaste un largo asedio tan lejano e invisible como presente y constante, y te dispusiste a esperar, mientras yo me convertía en la mujer que siempre quise ser.


¿Qué habría dicho el viejo marino? Probablemente lo que tú ya percibías. Que las sirenas son escurridizas y difíciles de capturar, que disfrazan con su canto sobrenatural el lugar donde se esconden, que son testarudas y que guardan el secreto de las fantasías más recónditas de los hombres. Esta sirena en particular estaba destinada a tus besos. Valía la pena la espera.

Nuestra historia siguió su curso inevitable y hoy transcurre en la intermitencia de la distancia y el reencuentro, en la carne y en el sueño. Te busco y te descubro a mi lado y puedo fundirme en tu espalda y dejar que me atrapen y me rodeen tus largos brazos y tus piernas kilométricas, mientras clavas en el centro de mi deseo el fruto perfecto que saboreo y me alimenta. Hoy, frente al mar, pensé en lo mucho que me gusta deleitarme contigo en este país que hemos creado. Ser la soberana de un territorio potente, magnífico y eterno, la reina a la que conquistas sin tregua, tu princesa cautiva, la sirena que te seduce con su canto, la que tu risa posee y tu voz enciende, la que enamoras con palabras y arrebatas con hábiles caricias y destrezas de guerrero. En el juego de tronos y cruce de espadas donde tiene lugar el amor, soy tu consorte y mi cuerpo es tu reino. [CrónicasAmbarluna54] (11ago13)


1 comentario:

  1. "Cantos de sirena al dormirme
    si se que me despierto con tu amor,
    cantos de sirena al dormirme
    si se que me despierta tu calor"

    Disfruto cada segundo y no los cambio por años....porque eres tu alegría sembrada en mi corazón.
    Si mi sonrisa ilumina de noche más que un farol
    y se que cuando te marches podré sentirme dichosa
    sabiendo que me has querido
    lo mismo te quiero yo"

    Este tema, "cantos de sirena" es lo más elocuente que se me ha venido a mi cabeza.
    Sabes que de cualquier manera, podría imaginar cada detalle de los que describes a la perfección.
    Besos desde mi cantábrico enloquecido, querida.

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