Camino
por la calle, subo escaleras hasta la oficina, recorro los pasillos del
supermercado, me sumerjo en la cómoda oscuridad de una butaca del cine, lavo
los platos del desayuno… Mi día transcurre en apariencia sin sobresaltos y mis
noches son de plácido descanso, o así parece. Nadie adivinaría el torbellino
interno que desafía mi tranquilidad. En nada se aprecia el fuego que quema y
reproduce tus caricias en cada roce de la ropa con la piel. Sólo se vislumbra un
esquivo fantasma del amor en la tenue sonrisa de mis labios, porque sonrío sin
proponérmelo cada vez que pienso en ti, en mis fantasías hechas realidad, en
tus travesuras inesperadas. Cuando pienso en el Big Bang que inauguró este
universo, en el caos primigenio de estrellas, planetas y polvo cósmico, en los
orígenes de la vida en la tierra y en todas las cosas que tuvieron que
suceder y coincidir, retando cualquier cálculo de probabilidades, para que tú y
yo nos conociéramos y un poderoso lazo nos mantuviera unidos, sin nosotros
saberlo, a través de las décadas, hasta volver consciente el amor que ya
entonces nos dominaba y nos tatuaba de huellas indelebles; cuando lo pienso,
por unos segundos me invade la angustia ante tamaña secuencia concatenada,
improbable y aleatoria de causas y efectos. Luego regreso a la realidad del
aquí y el ahora y me asombro y digo “no es posible” y me doy cuenta de que sí
lo es, y sonrío. Sonríen mis labios al recordar nuestros juegos, que son de
manos y de palabras, de inteligencia y ternura, de un erotismo cada vez más
audaz y concordante. Sonrío porque dices rendirte ante mí, tu reina, cuando que
yo me veo y me siento un gorrión que come de tu mano. [CrónicasAmbarluna53] (2ago13)
No hay comentarios:
Publicar un comentario