miércoles, 21 de noviembre de 2012

El teatro quedó a oscuras y una línea de luz se convirtió en alfombra de sangre. Mi última representación. Me sentí sola en medio de los demás bailarines, tan sola como debía sentirse la figura central. Presente pero olvidada, queriendo saber más de ella misma sin saber nada de mí. ¿Cómo podré interpretarla? - me pregunté. La diosa creadora, auspiciadora. El alivio cuando supe quién debía ser no duró mucho. Busqué en mí y salí al escenario.
Yo, la unión y el equilibrio entre los opuestos. Sí puedo hacerlo – me dije - y no tiene nada que ver con lo mucho que he ensayado, con las veces que he representado el mismo papel, sino con el eco en mí del bramido del mar y el resuello de la tierra. Luego dudé; quizá yo debería representar a Pandora, la de las mil cajas que traerán el diluvio. Pero la energía masculina me desbordó, los tambores batieron en mi estómago y las flautas silbaron en mi garganta. Una vez más consideré mi decisión de no bailar jamás, para olvidarla casi de inmediato y emprender los primeros pasos, el armonioso movimiento de mis brazos, la cadencia de mis muslos y sobre el suelo la caricia de mis pies. Yo, reflejada mil veces en el juego de los espejos. [Paréntesis] (21nov12)

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