¿Sabías
que eres el maestro de mi cocina, mi gastrónomo preferido y chef de cabecera?
Cuando te veo afanado preparando con la seriedad y concentración de un mago los
platillos que me encantan y me darás a degustar, me saboreo, me relamo,
comienzo a salivar, a imaginar, a fantasear. Te veo cortar, desmenuzar y
revolver, utilizar las herramientas culinarias sabiamente y con precisión, y
sonrío a sabiendas de que este cocinero es mío. “¿Me permites una
colaboración?”, te pregunto. Y así, al perejil, la salvia, el romero y el
tomillo de aquella canción sesentera, le agrego el mexicanísimo toque del
epazote, el orégano y la albahaca: una cocción a las hierbas finas y las no
tanto pero igual deliciosas. Sonríes complacido y permisivo, la chispa en tus
ojos preludio de la risa y el comentario juguetón. Sé que te gustan mis
inventos. Sé que te puedo abrazar por la espalda aunque mis brazos apenas te
abarquen, mientras pruebas lo que con tanto placer me servirás a la mesa. El
olor de las hierbas y las especias invade la cocina, mezclándose con un toque
de vino tinto en tus labios y el ambarluna de mi piel. ¿Me adivinas el
pensamiento o te lo adivino yo a ti? Difícil saberlo, pero nuestra sincrónica
necesidad y deseos convergentes seguro retrasarán la cena…
[CrónicasAmbarluna58] (14feb14)