La que se imagina que sus dedos
son los tuyos y la extensión de tus labios y la humedad de tu lengua… La que se
figura que sus manos son tu virilidad y tu pasión… La que escribe todo eso, por
supuesto no soy yo. O sí soy yo, pero poseída por la otra: una leona enjaulada,
en brama y aprisionada por el fulgor del ambarluna. Sin que yo pueda
impedírselo, se filtra por los barrotes cada noche y se pasea en furia por mis
cosas, dejando sus huellas en mi cuerpo y su olor en mi almohada. Por la mañana
encuentro revueltas las sábanas y desordenado el estructurado caos de mi
existencia. No hallo la forma de domarla.
Felina al fin y al cabo, no hay quien
detenga su antojo de carne cruda ni el éxtasis que la consume ni la seducción
de su presa. No hay quien la disuada cuando se propone devorar algo, y mucho me
temo que ese algo seas tú. Hazla entender razones. Imposible. No le importan
las distancias ni se digna a considerar responsabilidades; todo lo que no la
acerque cada día más a ti, le parece un obstáculo prevaricador que estorba sus
deseos de reina. No hay manera de acallar sus rugidos. Si la acaricio como a
ella le gusta, lo más que logro es que ronronee complacida y calme su fiero arrebato
por unas cuantas horas. Pero el crepúsculo la llama, la luna la despierta, y si
de madrugada llega a olfatear el aroma de tu voz, enloquece y su locura se
vuelve mía. Nos envolvemos entonces en la cadencia de tus palabras, nos
llenamos del sonido ronco que susurras a nuestro oído, nos dejamos ir en la
caricia de tu conjuro, y el oleaje del ambarluna nos revuelca una y otra vez
hasta el punto en que yo dejo de ser yo y ella pierde sus contornos. Luego, un
zarpazo sutil, un empujón de sus garras retraídas, me trae de nuevo a la
realidad de su maullido exasperado y nostálgico. Yo me declaro torpe e incapaz
de remediar ese celo, así que algo tendrás que hacer tú, y pronto… [CrónicasAmbarluna52]
(21jun13)
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