viernes, 30 de noviembre de 2012

Recuerdo que no era viernes, sino un domingo irreverente y cálido que quería prolongarse en lunes resplandeciente y único, para devenir martes de descubrimientos… Me encontraba al pie del volcán y al borde del manantial sulfuroso, donde la presencia perenne de la primavera no es un truco publicitario sino un capricho natural de altitud, longitud y latitud. Me rodeaba el calor y el chirriar de las cigarras llamando a la lluvia. El dije de ambarluna lanzaba extraños reflejos tornasolados en juego de luces y aromas que se mezclaban con fragancias de magnolias y gardenias, el vaho de la extraña floración del sicomoro y el ligero picor en la nariz que produce el polen del roble.
Un lugar sagrado, dedicado desde la antigüedad al cultivo de las abejas, a la cosecha de la miel, a la fabricación de la cera y, sobre todo, a la decantación de una prístina y mágica jalea que nutre el exigente paladar de las futuras reinas de la colmena y antaño potenciaba las facultades intuitivas y adivinatorias de las sacerdotisas del culto ápico…
Te pedí que nos reuniéramos en un antiguo hostal perdido en las callecitas del centro. Tú estabas molesto, lo recuerdo, aunque luego supe que en realidad mi lejanía te había lastimado. Yo quería hacer las paces, restañar la herida del descuido, retribuir mi frialdad. Dejarme envolver por la fragancia ambarlunar y el sonido de tu voz. Rendirme a la atracción incandescente de tu piel, a la caricia de tu mirada. Regresar a ti y acercarte a mí. Asomada al balcón, aspiré todas esas fragancias y te escuché decir mi nombre. No pude no sentirme una vez más cautivada por tu talla imponente, esa espalda que me invita a trepar por ella, tus brazos tan conocidos de mi talle, tan requeridos por mi cintura, círculo poderoso que me aísla del mundo mientras yo me fundo en tu pecho y respiro al unísono y escucho el retumbar de tu corazón. Una vez más entregué cada prenda sin recato, sin negarte ni una sola de tus peticiones, aceptando tu fuerte suavidad… Escribo esto para que lo leas y no olvides, en tu ausencia temporal, quién estimula mis anhelos. [CónicasAmbarluna30] (30nov12)

martes, 27 de noviembre de 2012

Su cama es todas las camas y todos los campos – Elíseo, eléctrico, magnético, visual, semántico, de Marte, de fresas, de siembra, de cosecha, de batalla – todos los campos que una cama puede ser. [CrónicasAmbarluna29] (27nov12)

miércoles, 21 de noviembre de 2012

El teatro quedó a oscuras y una línea de luz se convirtió en alfombra de sangre. Mi última representación. Me sentí sola en medio de los demás bailarines, tan sola como debía sentirse la figura central. Presente pero olvidada, queriendo saber más de ella misma sin saber nada de mí. ¿Cómo podré interpretarla? - me pregunté. La diosa creadora, auspiciadora. El alivio cuando supe quién debía ser no duró mucho. Busqué en mí y salí al escenario.
Yo, la unión y el equilibrio entre los opuestos. Sí puedo hacerlo – me dije - y no tiene nada que ver con lo mucho que he ensayado, con las veces que he representado el mismo papel, sino con el eco en mí del bramido del mar y el resuello de la tierra. Luego dudé; quizá yo debería representar a Pandora, la de las mil cajas que traerán el diluvio. Pero la energía masculina me desbordó, los tambores batieron en mi estómago y las flautas silbaron en mi garganta. Una vez más consideré mi decisión de no bailar jamás, para olvidarla casi de inmediato y emprender los primeros pasos, el armonioso movimiento de mis brazos, la cadencia de mis muslos y sobre el suelo la caricia de mis pies. Yo, reflejada mil veces en el juego de los espejos. [Paréntesis] (21nov12)

lunes, 19 de noviembre de 2012

Quizá no recuerdes nuestro encuentro en aquel otro mundo, un paso y luego otro en el pasillo flanqueado de espejos, la ropa que se iba quedando por el suelo como una segunda piel descartada – desnudez repetida al infinito -, el aroma del mar que colgaba del techo, las suaves gotas de sudor que acompañaban nuestros dedos, el sabor salvaje de los besos que nos dimos. Yo no lo he podido olvidar. Se me ha quedado el gusto por ti en la lengua.

viernes, 16 de noviembre de 2012

“Regálame un pensamiento de cuando en cuando”, me dices… ¿Aceptas las madrugadas en las que todos mis anhelos se concentran en que suene el teléfono? ¿Te sirve lo que escribo y, sobre todo, lo que se queda en el tintero? ¿Quieres mis latidos y pulsaciones, mi respiración, mis continuas operaciones límbicas, las conexiones a chispazos de mis neuronas? Te ofrezco todo eso y también mi piel, la caricia de mi boca, el deleite de mis manos, el abrazo de mis muslos, la humedad de mis labios… Por lo demás, no puedo regalarte lo que es tuyo. [CrónicasAmbarluna28] (16nov12)

jueves, 15 de noviembre de 2012

lunes, 12 de noviembre de 2012

Acompañada, nunca sola, nunca aburrida, siempre imaginando, elucubrando, en indagación, dando rienda suelta a la curiosidad, aprendiendo, creando, el mundo y los mundos se abren, afloran, alteran mi realidad, rodean el espacio circundante de castillos y mares imposibles, personajes diluvianos y medievales, los fósiles de una vida de otros tiempos y latitudes, el temido y atractivo ser de otro planeta, el roce de una piel, poema, espada, sangre. Viene por mí el navegante de los siete mares, el dueño del crepúsculo, las diosas antiguas y las magas del porvenir. Me dejo ir en el firmamento de letras, tinta y papel. Soy todas, ninguna, testigo, partícipe. (11nov12)

viernes, 9 de noviembre de 2012

Siguiendo un capricho natural en nosotras, Perla y yo tomamos el Expreso de Oriente a Samarkanda, la Maracanda de Alejandro Magno, una de las ciudades más antiguas de la tierra, habitada al igual que Bukhara, capital de Uzbekistán, desde hace más de cinco mil años.
Samarkanda, la fortaleza pétrea, la urbe rocosa que no te permite olvidar su desértica naturaleza, su historia de comercio trashumante, de enclave artesanal, de centro astronómico medieval… Eso ansiábamos: recorrer los recovecos y encrucijadas de Samarkanda la Hermosa, andando sus callecitas y pasajes secretos.
Desde el tejado del hotel Balmini, propiedad de un inglés refugiado de tormentas y desencantos, divisamos un horizonte de dunas y huellas en la arena. Hemos viajado en camello hasta las afueras de la ciudad, donde sólo quedan las ruinas de un antiguo baluarte y el espejismo plateado que al atardecer trae nostalgias de caballerías mongoles y el recuerdo de un Marco Polo que describió el paisaje como magnífico.
Hemos estado en uno de los mercados principales y nos hemos hecho de joyería uzbekistaní. En nuestra agenda de compras, siguen los textiles. Perla insistió en su alfombra de Bukhara. Yo más bien me adentro en la esencia de la seda, en la imagen de una caravana en la ruta de la seda. Consulto antiguos catálogos, palpo texturas, admiro colores y diseños.
Después de visitar el Gur-e Amir, donde está enterrado Tamerlán, y de haber sido expulsadas con buenos modos de la mezquita de Bibi-Khanym, por ser yo mujer extranjera y Perla hembra persa, nos dirigimos a los recovecos del Registan, el barrio antiguo y punto estratégico de la ruta de la seda que va desde China al Mediterráneo. Fue ahí donde me topé con él, y en medio de un estruendo de gente diversa y lenguas incomprensibles, todo un pasado se hizo presente como si hubiese ocurrido ayer.
Nadie adivina lo que corre por mis venas: el deseo líquido en espera de tu voz. Puedo mantenerme ecuánime y seria la mayor parte del tiempo, pero en cualquier instante, te me vienes a la cabeza y sin quererlo, sonrío. Puedo guardar las apariencias y la compostura como si el acontecer dependiera de mí en un fatídico juego de naipes, pero no si tu eco resuena a coro con el viento y yo comienzo a imaginarte.
Entonces, el resplandor del dije de ambarluna me delata; me brillan los ojos, vuelvo a sonreír y me pierdo. Me gusta recordar aquellos encuentros nuestros, esporádicos y aventureros. Ahora comprendo, después de todo este tiempo, que fuiste parte de mis días como ahora te apropias de mis noches. Nunca quise que te alejaras. Has reaparecido, nos hemos encontrado una vez más y quiero seguir adivinando el toque de tus manos sabias y poderosas. Me he sentido muchas veces observada y deseada, acariciada por tu mirada. Ahora que lo confirmas, me tienes. [CrónicasAmbarluna27] (9nov12)

sábado, 3 de noviembre de 2012

Anoche soñé con estos adorables bichos: los papilletos, conocidos también como ratas-mariposa, responsables, sin duda, del orden caótico y ecléctico de mi escritorio. Son ellos quienes pintarrajean las páginas acabadas de mi novela y las partituras de heavy metal de mi hombre. Fanáticos de la luna llena, aparecen por estas épocas del mes con su espectáculo artístico-circense noctámbulo y lo prolongan hasta el cuarto menguante, cuando desanimados y torpes, se ven obligados a hibernar hasta la siguiente luna gibosa. Algo más que conozco acerca de los papilletos: son lectores irredentos…

viernes, 2 de noviembre de 2012

“Café y ambarluna, una combinación explosiva por su potencia, por el goteo sensual y cálido de sabores misteriosos y secretos, por su facultad de poner a quien se atreva a mezclarlos, a danzar de insomnio y deseo al filo del bisturí…” Así, palabras más, palabras menos, me explicó una mujer a la que le decían shamana o damana – nunca me quedó claro por la extraña pronunciación de los lugareños. Traía un collar de abalorios del que pendía una figa de ambarluna y, por supuesto, fue lo que me atrajo a ella. Cuando me acerqué, su mirada también se posó en mi pecho, y cual diestra iniciada en estos misterios, se abstuvo de tocar mi dije pero comentó sobre su coloración púrpura-naranja, su brillo tornasol y su penetrante aroma. Luego, sin mayores preámbulos, me incitó a bebernos un café…
No es éste el lugar ni el momento de soliloquios históricos, pero resulta curioso que el café y el ambarluna llegaran juntos por vez primera a nuestro país un buen día de 1790. El barco cubano que traía el primer cargamento de los preciosos granos, así como nueve brotes de coníferas ambarlunares, ancló en un bullicioso puerto novohispano que recibió, sin percatarse de su potencial y sin mayores trámites, estos dones de la naturaleza. Sentadas frente al muelle y entre sorbo y sorbo del preciado brebaje, la damana me contó esa historia y me habló de la herencia aprendida de su madre, a su vez recibida de su abuela, y así por varias generaciones. Habló de los secretos ambarlunares, de los modos de cultivar aquella extraña conífera en las estribaciones del bosque de niebla, y de los métodos ocultos para cosechar su preciada resina. Inesperadamente, mirándome a los ojos, la damana quiso saber si había probado alguna vez una gota de quintaesencia ambarlunar mezclada en el café. Le dije que no. Me preguntó si me gustaría. Respondí que sí me atrevería.
Regresé a casa con su regalo: una botellita conteniendo una ínfima cantidad del raro líquido, con la advertencia de dosificarlo y la sugerencia de emplearlo sólo en ocasiones que ameritaran sus dádivas arcanas. Y qué mejor momento que hoy por la mañana, mientras observo cómo él prepara el café. Miro sus movimientos al abrir el contenedor de latón donde guarda el grano molido a su gusto; miro sus manos al manipular la cafetera y luego al servir el café en mi taza y en la suya. Dejo que su aroma, el de él y el de la pócima matutina, surtan el efecto deseado. Él lo bebe negro, solo, fuerte. Yo requiero de dulzura y suavidad cremosa. Recuerdo cuando nos conocimos, cómo sonrió mientras criticaba amablemente mi afición al té. “Cualquier infusión de hierbas, flores, frutos o raíces”, me dijo, “es impersonal y hasta tímida al lado del café; éste es contundente en su sabor, invasor y seductor en su aroma, potente en su color, incuestionable en sus efectos”. Casi sin sentirlo, me acostumbré a él y a su pócima, sin dejar mi gusto por el té. Y así, cuando preciso soledad e introspección silenciosa, escojo una infusión de hojas de té de la India, el bengalí Darjeeling de preferencia, o la fragante mezcla inventada por el conde Grey. Pero cuando requiero pasión y energía, el café a su manera es mi opción principal. Y cuando anhelo, como sucede esta mañana, emociones al borde del abismo voluptuoso, le agrego una gota de ambarluna, y me entrego al genio de su esencia, a su poder alquímico y alcaloide, a las sensaciones que tan atenta e irrevocablemente él me ha enseñado a propiciar. Entonces mis alas vuelan… [CrónicasAmbarluna26] (2nov12)